Abstinencia, Luis Alberto de Cuenca

lunes, 31 de mayo de 2010
ABSTINENCIA

El dinosaurio
de tus sueños se ha vuelto
vegetariano.




Luis Alberto de Cuenca, El reino blanco, Visor, Madrid, 2010, página 68.

Por el camino verde, Luis Alberto de Cuenca

viernes, 28 de mayo de 2010
POR EL CAMINO VERDE

No he podido dormir.
Brilla un alba rosada en la cuadrícula
de mi ventana abierta,
y sé que hay margaritas,
amapolas, geranios y alhelíes
despertándose en el jardín.
Sigo inquieto y ansioso,
los sonidos de la
naturaleza,
queriendo oír tus
pisadas en la hierba,
y sólo escucho el viento
que cimbrea
los juncos
y hace que me arrebuje
entre las sábanas.
Pasan
las horas,
lentas como un suplicio
antiguo,
y, cuando cae la tarde y la luna despunta,
subo hasta la colina, alfombrada de flores,
y te veo venir por el camino
de mi imaginación,
por el camino verde
donde mueren los cisnes.




Luis Alberto de Cuenca, El reino blanco, Visor, Madrid, 2010, página 36.

En mi oficio o taciturno arte, Miguel d'Ors

miércoles, 26 de mayo de 2010
EN MI OFICIO O TACITURNO ARTE

Tantas noches ansiosas
rebuscando, rompiendo, palpando, sopesando
palabras y palabras —y en las calles brillaban
bares, chicas y motos—
por decir mi verdad, mi clave, el rostro
que llevo en lo secreto de mi sangre,

y todo para nada: para acabar sabiendo
lo que siempre he sabido: que los versos más míos
los han escrito siempre otros poetas.



Miguel d'Ors, La imagen de su cara, Editorial Comares, Granada, 1994, p. 39.

[vuelvo al vacío...], Tojaku

vuelvo al vacío:
allí no hay que temer
nieve ni escarcha
Tojaku



José María Bermejo (ed.), Instantes. Nueva antología del haiku japonés, Hiperión, Madrid, 2009, página 134.

Parche

martes, 25 de mayo de 2010
PARCHE

Al principio fue difícil. Por el día intentaba no pensar, con la rutina como impagable aliada. Pero llegaba la noche... y una retahíla de insomnios y avisperos nacían cuando mi mano te buscaba entre el hueco de las sábanas. En una de esas noches sin pegar ojo se me ocurrió una idea, una gran idea, como verás.

Fui a la mañana siguiente a comprar un rollo entero de felpa, de un rosa próximo al marrón, y algodón en abundancia. También precisaba botones, carretes de hilo, y aguja y dedal, que no tenía por casa ya que, no sé si te acuerdas, nunca me ha gustado coser. Pero esta vez no me importó. En algo menos de dos semanas conseguí terminar un vistoso peluche, de una altura y envergadura similares a la tuya —en cuanto al peso fracasé, lógicamente.

Acabé justo a tiempo de estrenarlo esa misma noche, aunque antes de tenderlo sobre tu antiguo lado de la cama y arroparlo, lo vestí con ese pijama a cuadros que te dejaste en el armario, ése del que decías que no acababa de sentarte bien. Pero al peluche le iba que ni pintado. Me acosté, extendí sobre él mis brazos, y por primera vez en mucho tiempo concilié el sueño al instante.

Desde entonces consigo dormirme sin demasiados problemas. Es cierto que la felpa poco tiene que ver con una piel humana, pero al menos conserva bien el calor, y no me resulta difícil imaginar que descanso abrazada a alguien a mi lado. Y es verdad que el muñeco no puede reproducir los ronquidos que a veces se te escapaban —sí, aunque no quieras reconocerlo—, pero no tengo por qué preocuparme del silencio y sus embestidas, ya que ahora un continuo y suave sollozo tiende a escapárseme mientras duermo.

Así es cómo me las voy arreglando, ya ves, no me va mal, y por fin me siento capaz de decir, orgullosa, que ya he dejado de echarte de menos.

[como asqueada...], Kobayashi Issa

domingo, 23 de mayo de 2010

como asqueada
de este mundo, se va
la mariposa...
Kobayashi Issa


José María Bermejo (ed.), Instantes. Nueva antología del haiku japonés, Hiperión, Madrid, 2009, p. 167.

[sueños errantes...], Ueshima Onitsura

viernes, 21 de mayo de 2010

sueños errantes:
en los campos quemados,
el ruido del viento
Ueshima Onitsura



José María Bermejo (ed.), Instantes. Nueva antología del haiku japonés, Hiperión, Madrid, 2009, p. 79.

[Hubo ojos más cortantes...], Osip Mandelstam

jueves, 20 de mayo de 2010
Hubo ojos más cortantes que una afilada guadaña
en un reloj de cuco y en una gota de rocío.

Y apenas enseñaron a distinguir en su tamaño
la multitud solitaria de las estrellas.




Osip Mandelstam, Tristia y otros poemas, Igitur, Barcelona, 2000, p. 143.

[Te estoy mirando...], Nacho Vegas

martes, 18 de mayo de 2010
Te estoy mirando mientras frotas la Lámpara Mágica. Es preciosa, brillante y de color oro viejo. Lo haces a toda velocidad, con los dedos corazón y anular de la mano derecha. Es algo violento pero no es violento en absoluto. Por tu cuerpo desnudo, tumbado a lo largo, delicado y lechoso y rosado a veces. Porque repentinamente te sacuden varios espasmos, y es entonces cuando al fin sale el genio. Te concederá tres deseos, y tú le pedirás otros tres genios que a su vez te concederán más deseos, y así sucesivamente hasta que los deseos se transforman en un solo Deseo que lo anega todo y que es principio y fin en sí mismo. (Yo me arrodillo, inclino servilmente la cabeza, abro la boca y extiendo los dos brazos al tiempo que tú me agarras por la nuca y empujas con fuerza y mi cara se hunde entre tus piernas y oh Dios Misericordioso das de beber al sediento.)

Nacho Vegas

Ilustración: Pablo Gallo


Pablo Gallo, El libro del voyeur, Ediciones del Viento, La Coruña, 2010, pp. 22-23.

Palinodia, Miguel d'Ors

jueves, 13 de mayo de 2010
PALINODIA

Que me dejes en paz, que ya me aburres. Mira
que eres pesada. A estas alturas de la vida
ya te conozco algo, especie de Antoñita
la Fantástica, y es estúpido que sigas
intentando enredarme —que si aquella llovizna,
que si los viejos robles, el olor de Galicia,
las vacas, los abuelos, las campanas...—. No insistas:
ya sé que todas tus historias son mentira,
que nada sucedió como tú me lo pintas.

Déjame en paz, memoria; no me cuentes mi vida.




Miguel d'Ors, La imagen de su cara, Editorial Comares, Granada, 1994, p. 42.

[Olvidé la palabra...], Osip Mandelstam

Olvidé la palabra que quería decir.
Una golondrina ciega regresa con las alas cortadas
al reino de las sombras
para jugar con la claridad.
En el olvido se canta la canción nocturna.

No se oyen los pájaros. La siempreviva no florece.
Transparentes crines de caballos nocturnos.
En el río seco flota una barca vacía.
Entre los saltamontes, la palabra olvida.

Lentamente crece, como templo o tienda de campaña
lo que de repente se arroja a los pies,
como loca Antígona, golondrina muerta,
con dulzura estigia y una rama verde.

¡Oh, si regresara el pudor de los dedos videntes
y la alegría convexa del reconocimiento!
Temo tanto el sollozo de las Aónides,
del ruido, de la bruma y del hiato!

A los mortales les fue dado el poder de amar y reconocer,
para ellos el ruido se vierte en los dedos,
pero yo olvidé lo que quería decir
y un pensamiento incorpóreo regresa al reino de las sombras.

No es eso lo que repite la transparente
golondrina, amiga, Antígona...
Y en los labios, como hielo negro, arde
el recuerdo del sonido estigio.




Osip Mandelstam, Tristia y otros poemas, Igitur, Barcelona, 2000, pp. 90-91.

Variaciones sobre un tema de Stevens, Miguel d'Ors

martes, 11 de mayo de 2010


Mirlo en el medio #3, Jeannette Sarpola


VARIACIONES SOBRE UN TEMA DE STEVENS

No es el canto del mirlo: es el silencio
que nos deja, un silencio
que es algo diferente del silencio
porque en él suena aún el recuerdo del canto
del mirlo. Ni silencio
ni canto: lo que ocurre cuando el canto
ya ha acabado y aún no ha empezado el silencio.
Puedes llamarlo el alma.



Miguel d'Ors, La imagen de su cara, Editorial Comares, Granada, 1994, página 30.

Urracas de Egham Hill, Miguel d'Ors

URRACAS DE EGHAM HILL

Porque una tarde sola y extranjera —y recuerdo
qué cortante aquel viento—, junto al paso elevado
que lleva a Englefield Green
sobre la carretera Londres-Egham,
de repente graznasteis —negro y blanco—
volando entre los setos mojados; porque entonces
sentí que habíais venido desde mi infancia —viejos
campos de Cotobade...— y por vosotras
aquel rincón ajeno fue un instante mi mundo,

urracas de Egham Hill, quiero dejaros
para siempre volando en estos versos.



Miguel d'Ors, La imagen de su cara, Editorial Comares, Granada, 1994, página 24.

Polución

sábado, 8 de mayo de 2010
POLUCIÓN

Duele este aire que sabe
a cera derretida o chiste decapitado,
a pintura arañada a una derrota
más antigua que el tiempo y su revólver.

Duele pero aun así
regreso y lo respiro
y me diluyo en jarras de alquitrán
tras el mosaico que enhebra tu espalda,
tras la noche que ignora el gran enigma
que siembras en el jardín de tus pasos.

Duele y dolerá siempre
mientras me colme de esta espiral de cenizas
que difuminan cualquier horizonte,
polinizan mi sangre,
me ennegrecen por dentro y me acompañan.

Vacío en el parque, Wallace Stevens

miércoles, 5 de mayo de 2010
VACÍO EN EL PARQUE

Marzo... Ha cruzado alguien la nieve,
alguien en busca de no sabe qué.

Es como un bote que ha zarpado
de una costa, de noche, y desaparecido.

Es como una guitarra dejada en una mesa
por alguna mujer, hasta olvidarla.

Es como la sensación de un hombre
que ha venido otra vez para ver cierta casa.

Soplan los cuatro vientos por la rústica pérgola
bajo sus colchones de parras.




Wallace Stevens, La roca, Lumen, Barcelona, 2008, página 35.

Ruinas

martes, 4 de mayo de 2010
RUINAS

Me gustaba acercarme de vez en cuando a la casa donde había transcurrido mi infancia. El inmueble estaba abandonado, así que me limitaba a recorrer con los ojos las grietas de esa puerta que había traspasado tantas veces, a dibujarme detrás de unas carcomidas ventanas que ahora sólo podían devolver mi rostro cansado.

Aunque sabía que la demolición no tardaría en llegar, aún no estaba preparado para doblar la esquina y encontrar un vacío que deprisa magulló mi memoria. Frente a mí se abría un paisaje lisiado en el que hallé mis recuerdos diluidos en un cóctel de tierra y escombros. Me agaché a coger una piedra, y la sentí fría y húmeda como una pieza del pasado que se revelaba irreconstruible ya por siempre.

Y con la piedra en el bolsillo tatuando su relieve en mi mano, me alejé mientras me preguntaba por qué el hombre se afana en acabar con lo que por sí solo destruye el tiempo.

El sentido claro de las cosas, Wallace Stevens

EL SENTIDO CLARO DE LAS COSAS

Tras la caída de las hojas, volvemos
a un sentido claro de las cosas. Es como si
hubiéramos llegado a un fin de la imaginación,
inanimado en un savoir inerte.

Se hace difícil elegir adjetivo
para este simple frío, esta tristeza sin motivo.
Se ha convertido la gran estructura en una casa menor.
Ningún turbante pasa por los suelos disminuidos.

Nunca al invernadero le había hecho falta tanta pintura.
La chimenea tiene cincuenta años y se inclina hacia un lado.
Ha fracasado un esfuerzo fantástico, una repetición
en una repetitividad de hombres y moscas.

Sin embargo, la ausencia de la imaginación tenía
también que ser imaginada. La gran laguna,
la claridad de su sentido, sin reflejos, hojas,
barro, agua como cristal sucio, expresando silencio

de algún tipo, silencio de una rata que se ha asomado a ver,
la gran laguna y el desperdicio de sus lirios, todo esto
tenía que ser imaginado como un saber inevitable,
requerido, como requiere una necesidad.



Wallace Stevens, La roca, Lumen, Barcelona, 2008, página 13.