[Un experimento...], Belén Gopegui

lunes, 29 de noviembre de 2010
Un experimento consiste en provocar cierto fenómeno para estudiarlo, y ustedes se preguntarán cómo se puede provocar un hueco. También Brezo me lo preguntó. Supón, le dije, que hoy te anuncian el regreso de un viejo amigo a quien ya juzgabas irrecuperable en la distancia de otro continente. Son las ocho de la tarde, tú sales a la calle fantaseando con el encuentro, es tan incontenible tu alegría que andas riéndote en voz baja, porque en un segundo has visto tu pasado con esa persona y el futuro, la dicha de la proximidad. Subes a un autobús enumerando los sitios donde piensas llevarle, tu brazo en alto se aferra a la barra sucia, un individuo de cogote grueso te empuja contra el pecho opulento de una mujer, ella hace ostensibles gestos de molestia pero tú los ignoras, concentrada en la escena que imaginas, palpitas de puro júbilo, como si ya sintieras en tus costillas la presión del primer saludo. Mas he aquí que era todo una falsa alarma. Quien te anunció que tu amigo volvía se había confundido en la fecha o en el nombre. «Qué chasco», comentarían algunos. «Qué hueco», diría Sergio Prim. ¿Dónde estabas tú mientras planeabas el encuentro? Si contestas «en un autobús», ¿no pecas, cuando menos, de imprecisión? ¿De qué sustancia se compone, en qué lugar se ubica esa emoción que fue tuya: cuarenta y cinco minutos de felicidad concreta motivados por un acontecer ilusorio? El chasco, bien que fulminante, sucede a posteriori: afecta sólo al último minuto, no puede borrar los otros cuarenta y cuatro minutos pasados al margen de su jurisdicción. En cambio, ese espacio de tiempo contrario a la realidad de quién es, Brezo, Brezo, ¿a qué categoría pertenece?



Belén Gopegui, La escala de los mapas, Anagrama, Barcelona, 2009 (1993), pp. 109-110.

Contradicciones, Ginés S. Cutillas

miércoles, 24 de noviembre de 2010

CONTRADICCIONES



Anoche llamaron al timbre a las tres de la mañana.

Deseé que fuera ella.

No abrí por si acaso.










Ginés S. Cutillas, Un koala en el armario, Cuadernos del vigía, Granada, 2010, p. 39.

[Nunca nieva...], Bruno Mesa

domingo, 21 de noviembre de 2010





Nunca nieva en mi calle. Sólo en los libros. Voy a la biblioteca a coger un trineo.









Bruno Mesa, El libro de Fabio Montes, La Palma Editorial, Madrid, 2010, página 71.

Encuentro, Rubén Abella

jueves, 18 de noviembre de 2010

ENCUENTRO

—¿Qué tal estás? —pregunta doña Lila, y suelta el carrito de la compra para dar dos besos a doña Aurora.

—Pues la verdad es que fatal —responde doña Aurora, y cuenta que tiene la tensión por las nubes—. Y eso que estoy tomando pastillas y no pruebo la sal desde que murió Federico, Dios lo tenga en su gloria.

—Pues a mí lo que me mata es el azúcar —dice doña Lila—. ¡Con lo que a mí me gustan los dulces!

Tanto, confiesa, que hace dos domingos en casa de su hijo Germán se comió seis petisús a escondidas y casi hubo que ingresarla.

—Me puse malísima —recuerda, entrecerrando los ojos.

—Pues a mí el otro día me dio un mareo muy raro —contraataca doña Aurora—. Me hicieron un escáner y un montón de análisis y me dijeron que había tenido un amago de embolia —susurra, enfatizando las palabras clave.

Doña Lila titubea, pero enseguida vuelve a la carga.

—Pues a mí —dice—, me duelen un horror las caderas. Me han hecho radiografías y tengo la espalda llena de picos...

—Pues a raíz de lo de la embolia —la interrumpe doña Aurora—, me encontraron coágulos en el corazón. Me han puesto Sintrom, para que la sangre no esté tan espesa, aunque me han dicho que es peligroso, porque puede darme por sangrar por cualquier sitio.

Doña Lila se queda muda ante la mención del órgano rey.

—Me alegro de haberte visto —dice por fin, vencida.

Luego da dos besos a doña Aurora, agarra el carrito de la compra y se bate en retirada.



Rubén Abella, Los ojos de los peces, Menoscuarto, Palencia, 2010, pp. 43-44.

El miedo global, Eduardo Galeano

miércoles, 17 de noviembre de 2010
EL MIEDO GLOBAL

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.

Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.

Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.

Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.

La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.

Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.

Es el tiempo del miedo.

Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.

Miedo a los ladrones, miedo a la policía.

Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar.

Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.

Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Siglo XXI, Madrid, 2005, página 107.

La desesperación de las letras, Ginés S. Cutillas

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA DESESPERACIÓN DE LAS LETRAS

Estaba viendo la tele cuando oí un fuerte estruendo detrás de mí, justo en la biblioteca. Me levanté extrañado y fui a comprobar qué era. Una masa inconsistente de papel agonizaba a los pies de la estantería. La cogí entre mis manos y desmembrando sus partes pude adivinar que aquello había sido un libro, Crimen y castigo para ser exactos. No supe encontrar una explicación lógica a tan extraño incidente.

A la noche siguiente, estando de nuevo delante de la televisión, el inquietante ruido. Esta vez, irónicamente, había sido Ana Karenina quien se había convertido en un manojo de papel deforme que yacía a los pies de sus compañeros.

Unas noches más tarde me di cuenta de lo que ocurría: los libros se estaban suicidando. Al principio fueron los clásicos. Cuanto más clásico, más alta la probabilidad de estamparse contra el suelo. Después comenzaron los de filosofía, un día moría Platón y al otro Sócrates. Luego les siguieron autores contemporáneos como Hemingway, Dos Passos, Nabokov…

Mi biblioteca estaba desapareciendo a pasos agigantados. Había noches de suicidios colectivos y yo, por más que me esforzaba, no conseguía encontrar un rasgo común entre las obras kamikazes que me permitiera saber cuál iba a ser la siguiente. Una noche decidí no encender la televisión para vigilar atentamente los libros. Aquella noche no se suicidó ninguno.



Ginés S. Cutillas, Un koala en el armario, Cuadernos del vigía, Granada, 2010, pp. 71-72.

Cadena, Rubén Abella

jueves, 11 de noviembre de 2010
CADENA

León se estaba afeitando cuando su mujer le recordó que era un inútil. El dinero no alcanzaba y, además, hacía meses que no cumplía con sus deberes carnales.

—Si ya me lo decía mi madre: cuidado, Blanca, que éste de macho no tiene más que el nombre.

Tres horas después León montó en cólera porque Paloma, la becaria de la asesoría, le trajo el café frío. Aprovechó la inercia del rapapolvo para reconvenirla también por sus fotocopias ennegrecidas y su falta de garbo.

—¡Yo no sé qué os enseñan en la universidad! —exclamó, devolviéndole el vaso de plástico.

Poco antes de comer, Paloma recibió una llamada de Blas. Echaba mucho, mucho, mucho de menos a su pichoncito, dijo, y quería saber cómo estaba.

—Te he dicho muchas, muchas, muchas veces que no me llames al trabajo. A ver si en vez de echarme tanto de menos, empiezas a respetarme un poco —lo interrumpió Paloma en un susurro malhumorado, y colgó el teléfono.

A última hora de la tarde, mientras repartía pizzas en la moto, Blas estuvo a punto de chocar contra un coche mal aparcado. Para resarcirse le rayó la chapa con una moneda y escribió en el parabrisas: «APRENDE A APARCAR, MAMÓN, QUE CASI ME MATO».

Rolando se quedó atónito al cerrar la papelería y ver el coche estragado. Se montó maldiciendo en voz alta, calculando los costes del arreglo, esperando que Merche tuviera la cena lista cuando él llegase a casa. Si no, se iba a enterar.





Rubén Abella, Los ojos de los peces, Menoscuarto, Palencia, 2010, páginas 116-117.

Vista del crepúsculo, al fin del siglo; Eduardo Galeano

sábado, 6 de noviembre de 2010
VISTA DEL CREPÚSCULO, AL FIN DEL SIGLO

Está envenenada la tierra que nos entierra o destierra.
Ya no hay aire, sino desaire.
Ya no hay lluvia, sino lluvia ácida.
Ya no hay parques, sino parkings.
Ya no hay sociedades, sino sociedades anónimas.
Empresas en lugar de naciones.
Consumidores en lugar de ciudadanos.
Aglomeraciones en lugar de ciudades.
No hay personas, sino públicos.
No hay realidades, sino publicidades.
No hay visiones, sino televisiones.
Para elogiar una flor, se dice: «Parece de plástico».


Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Siglo XXI, Madrid, 2005, página 288.

Azúcar quemado, Jordi Virallonga

jueves, 4 de noviembre de 2010

AZÚCAR QUEMADO

Como vas y vienes del salón al lavabo,
cruzaste países y puentes
sin haber estado nunca al otro lado de nada.

No hay más decoro que este ir y venir,
no caer antes del duodécimo asalto,
cavar trincheras en lugares
donde nunca hubo enemigos,
retrasar la muerte a cambio
de una vaguedad de victoria.

El plan es simple:
no derribar ni construir,
sólo irte deshaciendo.



Jordi Virallonga, Hace triste, DVD Ediciones, Barcelona, 2010.