[Uno envejece poco a poco...], Sándor Márai

lunes, 21 de enero de 2013
La novia del viento, Oskar Kokoschka


   Uno envejece poco a poco, primero envejece su gusto por la vida, por los demás, ya sabes, todo se vuelve tan real, tan conocido, tan terrible y aburridamente repetido... Eso también es la vejez. Cuando ya sabes que un vaso no es más que un vaso. Y que un hombre no es más que un hombre, un pobre desgraciado, nada más, un ser mortal, haga lo que haga... Luego envejece tu cuerpo, no todo a la vez, no, primero envejecen tus ojos, o tus piernas, o tu estómago o tu corazón. Envejecemos así, por partes. Más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma: porque por muy viejo y decrépito que sea ya tu cuerpo, tu alma sigue rebosante de deseos y de recuerdos, busca y se exalta, desea el placer. Cuando se acaba el deseo de placer, ya sólo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonces sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado. Lo que el nuevo día te traiga, ya lo conoces de antemano: la primavera, el invierno, los paisajes, el clima, el orden de la vida. Ya no puede ocurrirte nada imprevisto: no te sorprende ni lo inesperado, ni lo inusual, ni siquiera lo horrendo, porque ya conoces todas las posibilidades, ya lo tienes todo visto y calculado, ya no esperas nada, ni lo bueno, ni lo malo... y esto precisamente es la vejez. Todavía hay algo vivo en tu corazón, un recuerdo, algún objetivo vital poco definido, te gustaría volver a ver a alguien, te gustaría decir algo, enterarte de algo, y sabes que llegará el día en que ya no tendrá tanta importancia para ti saber la verdad, ni responder a la verdad, como creíste durante las décadas de espera. Uno acepta el mundo, poco a poco, y muere. Comprende la maravilla y la razón de las acciones humanas. El lenguaje simbólico del inconsciente... porque las personas se comunican por símbolos, ¿te has dado cuenta? Como si hablaran un idioma extraño, chino o algo así, cuando hablan de cosas importantes, como si hablaran un idioma que luego hay que traducir al idioma de la realidad. No saben nada de sí mismas. Sólo hablan de sus deseos, y tratan desesperada e inconscientemente de esconderse, de disimular. La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar observándolos, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren de verdad... Sí, un día llega la aceptación de la verdad, y eso significa la vejez y la muerte. Pero entonces tampoco esto duele ya.



Sándor Márai, El último encuentro, Salamandra, Barcelona, 2012, pp. 172-174.

2 comentarios:

Ángela Gondo dijo...

Me alegra muchísimo ver que se ha reactivado este blog.

Impresionantes y dolorosas las palabras de Marai.

Raquel Vázquez dijo...

Gracias, Ángela. El descanso se me hacía necesario, pero ya tenía ganas de recuperar esta vieja costumbre.

La segunda mitad de El último encuentro es toda una sucesión de reflexiones brillantes, muy lúcidas, llenas de una intensidad que nunca resulta forzada, porque es la propia historia la que la está pidiendo. Se hace hasta difícil seleccionar un fragmento: por dónde cortar, qué dejar fuera. Un libro muy recomendable. Probablemente lo haré reaparecer en próximas entradas.