Media hora, Konstantino Kavafis

lunes, 29 de abril de 2013
MEDIA HORA

Ni te tuve, ni he de tenerte
nunca. Unas vagas palabras, un contacto
como anteayer en el bar, y nada más.
Sí, aunque no quiero decirlo, dolor. Nosotros al Arte
entregamos nuestro espíritu, y ciertamente alguna
vez, casi creamos un placer
que parece como si fuese real.
Así en el bar anteayer —con la ayuda feliz
de un alcoholismo muy piadoso—
gocé media hora de pleno erotismo.
Y lo supiste, me parece,
y por ello te quedaste un rato más sólo para mí.
Tenía mucha necesidad de ello.
Que aquella fantasía, y aquella mágica bebida,
me permitieran ver tus labios,
me permitieran sentir tu cuerpo cerca de mí.



Konstantino Kavafis, Poesías completas, Hiperión, Madrid, 1976, p. 226.

[La vida no tiene vuelta], Julio Llamazares

domingo, 28 de abril de 2013
   

   Pero la vida no tiene vuelta. Como la juventud o el viento, la vida pasa y nunca retorna por más que nos neguemos a aceptarlo, como les sucede a muchos. La vida es un iceberg que resplandece ante nuestros ojos y que se desvanece al punto como cualquiera de esas estrellas que cruzan el firmamento iluminándolo en su camino para desaparecer a continuación. Y así cada minuto y cada día hasta completar el ciclo. Y así cada minuto y cada año de las vidas de todas las personas. ¿Por qué desear, entonces, que los minutos y los años vuelvan cuando sabemos que no lo harán jamás? ¿Para qué sirve la melancolía?
    Nos pasamos la mitad de la vida perdiendo el tiempo y la otra mitad queriendo recuperarlo, me dijo un día mi padre cuando ya a él le quedaba poco. Era en la época en la que ya estaba ingresado en el hospital, aniquilado por la quimioterapia. Yo había vuelto junto a él urgido por la situación y me pasaba los días acompañándolo para ayudar a mi madre, que se quedaba a dormir con él por las noches, y a mi tía, que lo hacía por el día. Desde que me fui de casa, mi padre y yo nos habíamos distanciado mucho (mi padre nunca aceptó la vida que había elegido), pero su enfermedad volvía a juntarnos, aunque fuera ya muy tarde para él. Y para mí. Siempre uno se arrepiente de no haber dedicado más tiempo a hablar con los que más quiere y a tratar de entender sus sentimientos, pero eso siempre sucede cuando ya es tarde. Así me ocurrió a mí y le sucederá seguramente a mi hijo. Es una de las leyes de la vida, de esta vida que vivimos sin entenderla hasta que ha pasado. 


Julio Llamazares, Las lágrimas de San Lorenzo, Alfaguara, Madrid, 2013, pp. 50-51.

Esperanza, Jesús Esnaola

sábado, 27 de abril de 2013

ESPERANZA

   No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.
   No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.


Jesús Esnaola, Los años de lluvia, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2012, p. 27.

[La nieve...], Roberto Juarroz

viernes, 26 de abril de 2013
El vestido blanco del invierno, Pierre Pellegrini



La nieve ha convertido el mundo en un cementerio.
Pero el mundo ya era un cementerio
y la nieve sólo ha venido a publicarlo.

La nieve sólo ha venido a señalar,
con su delgado dedo sin articulaciones,
al verdadero y escandaloso protagonista.

La nieve es un ángel caído,
un ángel que ha perdido la paciencia.



Roberto Juarroz, Poesía vertical, Cátedra, Madrid, 2012, p. 241.

[En treinta y tantos años...], Antonio Muñoz Molina

miércoles, 24 de abril de 2013


   En treinta y tantos años de democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho ninguna pedagogía democrática. La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro color de pelo o de piel. Y la tendencia infantil y adolescente a poner las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las consecuencias que pueden tener para los otros, es tan poderosa que hacen muchos años de constante educación para corregirla. Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el centro del mundo es tan natural como como creer que la Tierra ocupa el centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella. El prejuicio es mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la barbarie, no la civilización, el grito o el puñetazo y no el argumento persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo. Lo natural es que haya señores y súbditos, no ciudadanos que delegan en otros, temporalmente y bajo estrictas condiciones, el ejercicio de la soberanía y la administración del bien común. Lo natural es la ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no tarde en dar fruto. Y si la democracia no se enseña con paciencia y dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a la demagogia.


Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, Seix Barral, Barcelona, 2013, pp. 102-103.

Como un paraguas roto, Karmelo C. Iribarren

martes, 23 de abril de 2013
Paraguas roto, Ilan Rubin

COMO UN PARAGUAS ROTO

Y cuando no me miras
me quedo solo
como ya no recordaba que pudiera estarlo.

Como un paraguas roto
en una esquina
un día
de sol

no sirvo para nada
y se nota mucho.


                    Karmelo C. Iribarren

Slim Browning, el as del teléfono; Guillermo Busutil

domingo, 21 de abril de 2013


Obituario

SLIM BROWNING, EL AS DEL TELÉFONO

   Slim Browning tenía un coeficiente de inteligencia de 172. Era toda una promesa blanca para los estudios. Pero su mayor habilidad consistía en ser capaz de emitir silbidos a 2600 herzios, idénticos a los de las señales telefónicas. Lo descubrió de forma casual a los nueve años. A partir de ese momento, en su casa el teléfono no dejó de sonar. Tal llegó a ser su fijación que sus padres decidieron prescindir del aparato durante cuatro años. No hubo forma de alejarlo de su pasión.
   En la universidad de Florida, en la que cursaba brillantemente sus estudios de Economía, exigía un dólar a sus compañeros a cambio de conseguirles llamadas gratuitas a cualquier punto del planeta. Al enterarse, la Dirección de la universidad lo expulsó.
   En los años setenta, cuando el sistema de tonos fue sustituido por la telefonía digital, Slim Browning, apodado Whistling por sus amigos, decidió de dejar de silbar a los teléfonos y abandonó incomprensiblemente su trabajo de broker de bolsa en León&Strani. Cambió su carrera y su éxito por una vida como vagabundo, subsistiendo con todo tipo de trabajos temporales. Su rastro parecía haberse perdido, cuando un operario de la Compañía Pacific Bell lo encontró en el desierto de Mojave, junto a la cabina abierta en los años sesenta para dar servicio a unos mineros que trabajaban en la zona. Slim Browning llevaba treinta y dos días respondiendo a más de quinientas llamadas, emitidas al número 760-7339969. Después volvió a alejarse, silbando suave, hasta desaparecer una vez más de la vida de aquellos que le conocían o le amaban.
   El pasado 25 de mayo la policía lo encontró muerto en el suelo de su apartamento en el barrio Altged Gardens de Chigago. Tenía sesenta y dos años y sobrevivía gracias a una pensión estatal. La portera del edificio le dijo a la policía que la había llamado, alertada por un teléfono que no dejaba de sonar.


Guillermo Busutil, Vidas prometidas, Tropo, Zaragoza, 2011, pp. 145-146.

Puesto que no es cuestión de fuerza ya, Paul Eluard

sábado, 20 de abril de 2013
Lección de vuelo, Robert & Shana ParkeHarrison


PUESTO QUE NO ES CUESTIÓN DE FUERZA YA

Todo lo ha destrozado la palabra más débil
Sombra de idea idea de sombra feliz muerte
Es agua tibia el fuego y el pan se hace migajas
Arrebola la sangre una sonrisa la tormenta una lágrima
El plomo que el oro esconde pesa en nuestras victorias
No hemos sembrado nada que no esté devastado
Por el pico preciso de las delicias íntimas
Vuelven al pájaro las alas y lo fijan.



Paul Eluard, Últimos poemas de amor, Hiperión, Madrid, 2005, p. 115. Versión de Jesús Munárriz.

[La estantería literaria], Javier Moreno

viernes, 19 de abril de 2013


   Algunos dejaron de hacerlo, de escribir. Vila-Matas, por ejemplo. Y lo hizo a lo grande, como solo pueden dejar de escribir los maestros, y no hablo de acabar colgado de la viga del techo o mordiendo el cañón de una recortada. Hablo de un final literario para lo literario, hablo de dos ondas afines que resuenan hasta hacer caer el edificio de la escritura. El mundo ha dejado de merecer a la literatura, dicen que fueron sus últimas palabras antes de atravesar la puerta de un sanatorio suizo, como hicieron en su momento Walser y Kafka, dos de sus maestros conocidos. Encerrado en su habitación, ante un paisaje de montañas cubiertas de nieve, se dedicó a la corrección de estilo de manuales de instrucciones de muebles y accesorios de IKEA. Vila-Matas encontró al final de sus días la gran iluminación, convencido de que la literatura jamás podría competir con el equilibrio y la pureza de las instrucciones de montaje de una mesa o de una estantería sueca. Fue su manera de desaparecer, a través de un trabajo que le concedía la bendición del anonimato y un público potencialmente infinito. Ni Houellebecq ni Larsson podían haber soñado con algo semejante. Vila-Matas pretendía insistir en los vacíos. Su idea básica era que el mueble no consistía sino en una compartimentación de vacíos (vacíos que el cliente aniquilaba colmándolos con sus pertenencias), que todo montaje implicaba una coreografía de gestos que acercaba al bricomaníaco al adepto de un milenario arte marcial. Montar un mueble de IKEA debía convertirse en una experiencia similar al Tai Chi, un karma yoga que permitía por medio de una serie de movimientos disciplinados traer un objeto al mundo, un ente material y concreto, algo al fin útil. La literatura era contingente, solo el mobiliario era necesario. Los libros servían para llenar esos vacíos que estructuraban los estantes. Su último proyecto en vida consistió en proponer a la marca sueca un modelo de estantería de dos por dos metros sin una sola balda. La llamó la estantería literaria pues, según él, compartía con la literatura dos de sus rasgos esenciales: el vacío y una perfecta inutilidad.


Javier Moreno, 2020, Lengua de Trapo, Madrid, 2013, pp. 182-183.

[Pequeños centauros], Santiago Eximeno

miércoles, 17 de abril de 2013
El centauro, Odilon Redon


   Me siento sola, nos dijo la niña, y mi mujer cedió y le compró un poni. Que se responsabilice ella ahora de los pequeños centauros.


Santiago Eximeno, Gas mask, Ediciones del Cruciforme, 2012.

[¿A qué se parece...?], El Ángel

martes, 16 de abril de 2013
Sueños de heroína, earshot

¿A qué se parece un chute de heroína?
odio esa pregunta
nunca sé qué coño contestar
la primera palabra que asocio a esas siete letras mágicas es CALOR

Creo que toda la vida he estado buscando calor, aunque solo fuera un poco

¿Un chute de heroína?

Es algo así como un profundísimo beso en la boca

¿Un chute de heroína?

Es algo así como si tu papá y tu mamá encendieran un fueguecito para asar pollo mientras tú retozas con tu helicóptero de juguete

¿Un chute de heroína?

Sería algo así como si tú golpearas mi puerta un día cualquiera y al abrir te arrojaras en mis brazos con lágrimas en los ojos diciéndome que me quieres

¿Entiendes ahora?



El Ángel, Los planos de la demolición, El Europeo & la Tripulación, Madrid, 1994.

Los espejos, Karmelo C. Iribarren

lunes, 15 de abril de 2013
El espejo roto, Kasia Derwinska

LOS ESPEJOS

No los domésticos,
estratégicamente dispuestos
para que te digan siempre
lo que quieres oír,

sino los otros,
los que no tienen dueño,
los de los bares,
los de los comercios,
los de los vestíbulos de hotel,

esos son los que te dicen la verdad:
que no eres nada, nadie,
en realidad,

sólo uno más
que pasaba por allí.


                            Karmelo C. Iribarren

República, Juan Carlos Mestre

domingo, 14 de abril de 2013
Tomás Montero
REPÚBLICA

Bienvenido Antoñito el Camborio
Bienvenidos copos de maíz motores a combustión de lágrimas
Bienvenidos labios de granadina botellas de tiza blanca
Bienvenido lo que somos sol luna agua del día siguiente
Bienvenido vendedor de carretes de hilo
Bienvenido vendedor de manteles y almendras
Bienvenido el que se llame como se llama patria irreconocible
Bienvenidas muchachas zapatos llenos de perlas
Bienvenidos ladrones de calabazas
Bienvenido padre de nubes aguas peinadas a la izquierda
Bienvenidas fugaces con las que el cielo se gana la vida
¡Bienvenida Belleza! grita la República antes de ser fusilada



Juan Carlos Mestre, La bicicleta del panadero, Calambur, Madrid, 2012.


(Asociación poema-ilustración: Ana Agudo)

[Pasos], John Steinbeck

viernes, 12 de abril de 2013
Nada se ha terminado hasta que se ha terminado, Kasia Derwinska


   — (..) Algunas veces me canso. Me canso mucho. Conocí a un tipo que trajeron cuando estaba en la cárcel. Había estado intentando formar un sindicato. Tuvo uno empezado. Y entonces los vigilantes esos lo reventaron. Y, ¿ahora qué? Los mismos a los que había intentado ayudar le apartaron. No quisieron tener nada que ver con él. Tenían miedo de ser vistos en su compañía. Le dijeron: Lárgate. Eres un peligro para nosotros. Eso hirió mucho sus sentimientos. Pero entonces se dijo: no es tan malo si lo conoces. En la Revolución Francesa, todos los que la planearon acabaron degollados. Siempre igual. Tan natural como la lluvia. No lo hiciste por diversión. Lo haces porque lo tienes que hacer. Porque es tú mismo. Mira Washington. Hace la Revolución y luego unos hijos de puta se volvieron contra él. Y lo mismo pasó con Lincoln. Los mismos tipos gritando que les mataran. Tan natural como la lluvia.
   —No parece divertido —dijo Tom.
   —No, no lo parece. Éste de la cárcel decía: En cualquier caso, uno hace lo que puede. Y lo único que tienes que saber es que cada vez que se da un paso adelante se puede resbalar un poco hacia atrás, pero nunca será todo el paso. Eso lo puedes probar y es lo que hace que todo tenga sentido. Y eso significa que no fue perder el tiempo, aunque lo parezca.


John Steinbeck, Las uvas de la ira, Alianza, Madrid, 2006, pp. 581-582.

[blancos los rostros...], Hoshino Tatsuko

jueves, 11 de abril de 2013


blancos los rostros
que observan
el arco iris


                                                                    Hoshino Tatsuko

La mala suerte, Felipe Benítez Reyes

miércoles, 10 de abril de 2013
La edad de hielo, Iván Cajigas


LA MALA SUERTE

Estaba yo a punto de hundir mi lanza en el corazón del mamut cuando sobrevino de repente la última glaciación.

Felipe Benítez Reyes

[El Grande ha escuchado...], Iván Repila

martes, 9 de abril de 2013
En otra vida, Kasia Derwinska


   El Grande ha escuchado a su hermano en silencio, comprendiendo apenas una parte de sus palabras. Cada día le cuesta más seguirlo, y tiene la impresión de que al final se quedará atrás y el Pequeño continuará su viaje sin volver la vista. Luego dice:
   —Cuando naciste el médico no pudo llegar a tiempo y fui yo quien te casó del vientre de mamá. La cocina se llenó de sangre y tú chillabas como un cerdo. No sabía cómo hacerte callar, así que te metí un dedo en la boca para que lo chuparas. Mamá estaba dormida, y al cabo de un rato tú también te dormiste, pero te quedaste quieto y eras minúsculo y tu pecho no se movía. Pensé que habías muerto, que con mi dedo sucio te había envenenado, qué sé yo. Me asusté tanto… Te grité demasiado, y cuando despertaste todavía gritaba, y tú debiste de pensar que el mundo era un lugar horrible. No pude dormir durante semanas, durante meses.
   —¿Por qué me cuentas esto?
   —Porque quiero que entiendas que no tengo miedo a morir, no vivo en función de que todo termine. Hay veces en que la vida te propone condiciones tales que el único recurso es un movimiento radical, un sacrificio extraordinario, y yo puedo asumirlo. Lo que no podría soportar, sin embargo, sería verte crecer en una tierra yerma, como este pozo. Un lugar donde morir sin paz por la simple inercia de las civilizaciones, un cementerio en el que marchitarte, como una flor que nunca hará germinar los campos. Es la idea de que mueras tú lo que hace tan pequeño el mundo.


Iván Repila, El niño que robó el caballo de Atila, Libros del Silencio, Barcelona, 2013, pp. 87-88.

Cenizas aventadas, Karmelo C. Iribarren

lunes, 8 de abril de 2013


CENIZAS AVENTADAS

Vamos acumulando años
y ceniza,
la de los entusiasmos apagados.

Con ella,
con la ceniza, creamos
esa ilusión que llamamos experiencia,
y que solo nos sirve,
en ocasiones,
para disimular apenas
tanta nostalgia de la vida.

Y luego, un día
llega el viento y nos dispersa,
borrándonos.



Karmelo C. Iribarren, Las luces interiores.

La ciudad, Konstantino Kavafis

domingo, 7 de abril de 2013
Cosmópolis, Carlos Carmona

LA CIUDAD

Dices: «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí».
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques —no la hay—,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.



Konstantino Kavafis, Poesías completas, Hiperión, Madrid, 1976, p. 37.

[Hasta las hojas...], Ueshima Onitsura

viernes, 5 de abril de 2013
La vida y la muerte, Pierre Pellegrini





Hasta las hojas de los árboles
tienen un sonido nuevo
al despertar





Ueshima Onitsura, Palabras de luz (Tomoshibi no kotoba). 90 Haikus, Miraguano, Madrid, 2009, p. 98.

[Martín y su compañera de facultad...], Camilo José Cela

jueves, 4 de abril de 2013



   Martín y su compañera de facultad llevan ya una hora larga hablando.
   —¿Y tú no has pensado nunca en casarte?
   —Pues no, chico, por ahora no. Ya me casaré cuando se me presente una buena proporción; como comprenderás, casarse para no salir de pobre, no merece la pena. Ya me casaré, yo creo que hay tiempo para todo.
   —¡Feliz tú! Yo creo que no hay tiempo para nada; yo creo que si el tiempo sobra es porque, como es tan poco, no sabemos lo que hacer con él.
   Nati frunció graciosamente la nariz.
   —¡Ay, Marco, hijo! ¡No empieces a colocarme frases profundas!
   Martín se rió.
   —No me tomes el pelo, Nati.
   La muchacha lo miró con un gesto casi picaresco, abrió el bolso y sacó una pitillera de esmalte.
   —¿Un pitillo?
   —Gracias, estoy sin tabaco. ¡Qué pitillera tan bonita!
   —Sí, no es fea, un regalo.
   Martín se busca por los bolsillos.
   —Yo tenía una caja de cerillas...
   —Toma fuego, también me regalaron el mechero.
   —¡Caray!
   Nati fuma con un aire muy europeo, jugando las manos con soltura y con elegancia. Martín se le quedó mirando.
   —Oye, Nati, yo creo que hacemos una pareja muy extraña, tú de punta en blanco y sin que te falte un detalle, y yo hecho un piernas, lleno de lámparas, y con los codos fuera...
   La chica se encogió de hombros.
   —¡Bah, no hagas caso! ¡Mejor, bobo! Así la gente no sabrá a qué carta quedarse.
   Martín se fue poniendo triste poco a poco de una manera casi imperceptible, mientras Nati lo mira con una ternura infinita, con una ternura que por nada del mundo hubiera querido que se la notasen.
   —¿Qué te pasa?
   —Nada. ¿Te acuerdas cuando los compañeros te llamábamos Natacha?
   —Sí.
   —¿Te acuerdas cuando Gascón te echó de clase de administrativo?
   Nati también se puso algo triste.
   —Sí.
   —¿Te acuerdas de aquella tarde que te besé en el parque del Oeste?
   —Sabía que me lo ibas a preguntar. Sí, también me acuerdo. He pensado en aquella tarde muchas veces, tú fuiste el primer hombre a quien besé en la boca... ¡Cuánto tiempo ha pasado! Oye, Marco.
   —Qué.
   —Te juro que no soy una golfa.
   Martín sintió unos ligeros deseos de llorar.
   —¡Pero, mujer, a qué viene eso!
   —Yo sí lo sé, Marco, yo siempre te debo a ti un poquito de fidelidad, por lo menos para contarte las cosas.
   Martín, con el pitillo en la boca y las manos enlazadas sobre las piernas, mira cómo una mosca da vueltas por el borde de un vaso. Nati siguió hablando.
   —Yo he pensado mucho en aquella tarde. Entonces me figuraba que jamás necesitaría un hombre al lado y que la vida podía llenarse con la política y con la filosofía del derecho. ¡Qué estupidez! Pero aquella tarde yo no aprendí nada; te besé, pero no aprendí nada. Al contrario, creí que las cosas eran así, como fueron entre tú y yo, y después vi que no, que no eran así...
   A Nati le tiembla un poco la voz.
   —...que eran de otra manera mucho peor...
   Martín hizo un esfuerzo.
   —Perdona, Nati. Es ya tarde, me tengo que marchar, pero el caso es que no tengo un duro para invitarte. ¿Me dejas un duro para invitarte?
   Nati revolvió en su bolso y, por debajo de la mesa, buscó la mano de Martín.
   —Toma, van diez, con las vueltas hazme un regalo.



Camilo José Cela, La colmena, Vicens Vives, Barcelona, 2007, pp. 166-168.

[Lo fantástico], Julio Cortázar

miércoles, 3 de abril de 2013
Pluma de un cuervo, Ramon Bruin


   Cuando lo fantástico me visita (a veces soy yo el visitante y mis cuentos han ido naciendo de esa buena educación recíproca a lo largo de veinte años) me acuerdo siempre del admirable pasaje de Víctor Hugo: «Nadie ignora lo que es el punto vélico de un navío; lugar de convergencia, punto de intersección misterioso hasta para el constructor del barco, en el que se suman las fuerzas dispersas en todo el velamen desplegado». Estoy convencido de que esta mañana Teodoro miraba un punto vélico del aire. No es difícil irlos encontrando y hasta provocando, pero una condición es necesaria: hacerse una idea muy especial de las heterogeneidades admisibles en la convergencia, no tener miedo del encuentro fortuito (que no lo será) de un paraguas con una máquina de coser. Lo fantástico fuerza una costra aparencial, y por eso recuerda el punto vélico; hay algo que arrima el hombro para sacarnos de quicio. Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada, entendiendo por esto no escandalizarnos frente a las rupturas del orden. Los únicos que creen verdaderamente en los fantasmas son los fantasmas mismos, como lo prueba el famoso diálogo en la galería de cuadros. Si en cualquier orden de lo fantástico llegáramos a esa naturalidad, Teodoro ya no sería el único en quedarse tan quieto, pobre animalito, mirando lo que todavía no sabemos ver.



Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, rm editorial, Barcelona, 2010, p. 47.

[Vivir es...], Carlos Marzal

martes, 2 de abril de 2013

Grietas interiores, Julie de Waroquier




Vivir es disponerse a que todo se nos quiebre.



Carlos Marzal, La arquitectura del aire, Tusquets, Barcelona, 2013.

Opresión, Fernando Vicente Galve

lunes, 1 de abril de 2013
Magnetismo (photograuve) III, Ahmed Mater

OPRESIÓN

   Un hombre abre la ventana de la oficina. Se asoma y cincuenta plantas más abajo ve un asfalto gris y vacío hacia el que convergen todos los edificios. Se gira y cincuenta plantas más arriba ve un cielo gris y vacío hacia el que convergen todos los edificios.
   No sabe hacia qué lado suicidarse.


Fernando Vicente Galve, Catarro de pecho, 2013, p. 31.